viernes, 12 de septiembre de 2008

LOS APUS : ¿Un Vínculo Geo-Cósmico?



Desde la más remota antigüedad el Valle del Qosqo (Cusco) sirvió de escenario para el desarrollo de varias etnias asentadas en su espacio geográfico. Aquí vivieron los Lares, Poqes, Wallas, Antasayas, Sawasiras y otros en diferentes momentos del lejano pasado, tal como nos explicaron los investigadores de la historia. Todos ellos dejaron en la tradición oral sus orígenes míticos y sus conexiones con el mundo de lo divino o sobrenatural.

Entre estos entes tutelares destacaban aquellos que por su monumentalidad y fuerza telúrica representaban verdaderos centros de poder e importantes hitos geográficos. A éstos se les llamaba APUS. Apu es una palabra quechua que significa literalmente : Protector, Gran Señor, Jefe Supremo, Deidad Natural, Ente Tutelar, etc.
En resumen, son las colosales montañas que rodean y protegen el ámbito geográfico de la región del Qosqo. Sus elevadas cumbres de nieve perpetua le dan la categoría monumental que los caracteriza. Dos fueron los Apus “principales o mayores” que según la tradición se encargan de la protección de la ciudad del Qosqo : El Awsanqati y el Sallqantay ( Ausangate y Salkantay en el quechua españolizado y moderno); el primero de ellos ubicado hacia el Este y el segundo hacia el Oeste, ambos a más de 50 Km. de la ciudad del Qosqo.
Además de ellos, el Qosqo está rodeado en un radio de 10-20 Km. de otras montañas menores también considerados Apus. Ellos son : El Pillku Orqo (hoy llamado Picol),el Pachatusan y el Wanak’auri, todos ellos ligados al origen de los primeros asentamientos o pueblos citados líneas arriba.
Todos estos Apus representaban poderosas e imponentes fuerzas espirituales y telúricas que marcaron la personalidad de los pueblos que los tomaron como sus protectores o entes tutelares. La cosmogonía Inka, rica en su interpretación mágica de los fenómenos y procesos naturales encontró en ellos los vínculos con el mundo superior de los dioses, con el mundo del Hanan Pacha ( el “cielo” andino).
Es necesario también hacer un comentario sobre el uso de palabra Apu en otro contexto: aquél que se refiere a personajes de linaje o elevado rango que usaban la palabra Apu antes de su nombre para significar su especial categoría personal, social o militar, pero ese es otro tema del que no comentaremos en esta ocasión.

Respecto a la naturaleza de los Apus, el prestigioso investigador cusqueño Arq. Germán Zecenarro B. manifiesta: “El escenario geográfico era entendido y concebido como la morada de las entidades tutelares y de las fuerzas cósmicas que regían la vida de todas las criaturas. De esa manera, existían determinados lugares o espacios con mayor atracción que otros, sitios donde la fuerza telúrica absorbía al espíritu humano envolviéndolo en la inmensidad cósmica” ( “Las Llactas”, en Rev. Arkinka Nro,132, Nov.2006).
Aquí encontramos entonces el vínculo GEO-COSMICO que le da el sello característico a la cultura andina. Debo aclarar que el término geo-cósmico fue usado originalmente por el investigador norteamericano Gary Ziegler cuando escribió acerca de sus estudios en Llactapata (cerca de Machupicchu) y la orientación de su templo principal hacia la salida del Sol en el solsticio de invierno y sus vínculos con el Intiwatana de Machupicchu.
En la misma perspectiva encontramos que todos los diseños arquitectónicos de las urbes quechuas estaban orientadas hacia los Apus lo que refuerza la unión íntima con éstas divinidades. Corrobora el Arq.Zecenarro cuando en otro párrafo de su artículo dice: “…eran los Apus o las divinidades tutelares los puntos focales hacia los cuales los trazos de los k’ijllus o calles, orientaban sus perspectivas”. (Op.Cit.). Y estas conexiones las encontramos en muchos lugares siendo uno de los más importantes el lugar denominado Laq’o, también conocido como Salonniyuq, Amaru Mach’ay, Waka Mantokalla,etc. y que queda a un kilómetro al noreste de Qenqo. Allí, desde la cima del roquedo y donde hay huellas de haber sido un lugar ceremonial, se puede avistar a los dos grandes Apus del Qosqo: el Awsanqati y el Sallkantay que a manera de centinelas, señalan dos importantes puntos cardinales.
Finalmente, desde una perspectiva más “científica” diremos que los Apus vienen a ser los símbolos del poder de los elementos, especialmente del agua. Los nevados son los que captan el agua de la atmósfera la que es conservada en estado sólido y mediante los procesos del deshielo proporcionan un permanente flujo de agua que mantiene la vida de los seres vivientes de los valles interandinos. El hombre andino piensa que este elemento líquido de los nevados se refuerza con los manantiales que surgen de la profundidad de la tierra y que comúnmente aparecen en lugares elevados dándole una significación de generosidad de tales entes tutelares. Además, el hecho de que son montañas inalcanzables para el escalamiento de los humanos (no se conoce de andinistas andinos que hayan coronado sus cumbres) los hace ver como los más próximos al Hanan Pacha y los que dialogan con la divinidad.
Un ejemplo de ello es el Apu Pachatusan cuyo significado es “El Gran Señor que apuntala el firmamento” o lo que es igual a decir que sobre sus hombros sostenía el mundo. Así de increíble es el realismo mágico del pueblo andino en la interpretación de su fantástico mundo y de su inseparable vínculo geo-cósmico.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Los ECLIPSES y los INKAS



Los asombrosos fenómenos de los eclipses de Sol y de Luna fueron para el pueblo Inka sucesos tan extraordinarios e incomprensibles que trastocaban su Cosmos y eran interpretados como un grave desequilibrio en el mundo del Hanan Pacha (el mundo de arriba).
Si bien es cierto que “tuvieron cuenta” de ésos fenómenos, “no alcanzaron a saber sus causas” como nos dice Garcilaso. Sin embargo, se conoce por la tradición oral que tales fenómenos eran interpretados como señales negativas derivadas de la incorrecta conducta de los humanos y la respuesta de sus principales deidades celestiales, el padre Sol y la madre Luna, quienes manifestaban su enojo e inconformidad con los actos de sus hijos. En otros casos se interpretaba como la acción de las fuerzas malignas que amenazaban a los humanos, éstos eran la enfermedad, el infortunio o las calamidades en el entorno celestial.

Garcilaso nos aclara una parte del panorama cuando escribe: “Decían al eclipse solar que el Sol estaba enojado por algún delicto que habían hecho contra él, pues mostraba su cara turbada como hombre airado y pronosticaban ( a semejanza de los astrólogos) que les iba de venir algún grave castigo” (Libro II Cap.XXIII, Comentarios Reales). Pero no nos explica lo que respecta a la intervención de otros seres sobrenaturales. Es Montesinos quien detalla mejor cuando dice que los eclipses eran acciones del dios Wiraqocha para destruir al Sol y a la Luna por causa de las malas acciones de los hombres. Para ello enviaba a un león (el puma, tigrillo u ocelote deificado llamado Choqechinchay) y una serpiente (Amaru, Mach’aqway) para cumplir el terrible mandato. Estos monstruos celestiales pretendían devorar al Sol o la Luna durante el eclipse.
De allí la actitud de los habitantes del Tawantinsuyu por calmar la ira de Wiraqocha y alcanzar su perdón. Sabedores de la magnanimidad y bondad del supremo creador se juntaba el pueblo para rogar llorando y con grandes alaridos de dolor pedir suplicantes su indulgencia. Los niños, por ser los seres más inocentes, así como los perros eran los más solicitados para los ruegos y peticiones. A los niños se les obligaba a llorar intensamente y a los perros se les daba de palazos y fuetazos para obligarlos a dar lastimeros aullidos de dolor. Cuando iba pasando el eclipse la tranquilidad volvía al mundo e inmediatamente se hacían sacrificios diversos para evitar su retorno.
Pensaban ellos que no haber llorado y rogado el castigo hubiera sido inminente; es decir, el advenimiento de una oscuridad total y permanente. Además temían que el castigo se consumara con una maldición sobre sus herramientas u utensilios: Los hombres temían que sus herramientas agrícolas se conviertan en feroces pumas y las mujeres temían que sus ruecas y telares se convirtieran en serpientes venenosas.
Bernabé Cobo aclara que los hombres, durante un eclipse de Luna, se “ponían a punto de guerra” y mientras tocaban tambores (y otros instrumentos) tiraban lanzas y flechas hacia la Luna como si quisieran herir al “león y la sierpe”, porque decían que de esta manera los espantarían para que no despedazasen la Luna.

El investigador Alfredo Alberdi nos refiere en su libro “Tiksimuyu: el Universo” , en el capitulo sobre los eclipses, algo interesante cuando dice: “En la idea andina los eclipses de Sol deben tenerse cuidado porque pueden revivir la generación antigua, los gentiles; el Sol fue quien los destruyó a esos hombres antiguos (ñaupa runa) pero muchos de éstos se salvaron introduciéndose en las profundas cavernas que construyeron; éstos son los que salen, a veces, en las noches de luna reencarnados como hombres del presente, pero se retiran a sus antros antes que despunte los primeros rayos del Sol que los puede aniquilar, nuevamente; temen que el mundo actual fenezca con un eclipse solar y reviva el pasado de las tinieblas”.
Con respecto a la Luna el relato de Garcilaso remarca la dimensión del fenómeno. “Conforme el eclipse, grande o pequeño, juzgaban que había sido la enfermedad de la Luna. Pero si llegaba a ser total, ya no habría que juzgar sino que estaba muerta, y por momentos temían el caer la Luna y el perderse de ellos; entonces era más de veras el llorar y plañir, como gente que veía al ojo la muerte de todos y acabarse el mundo. Cuando veían que la Luna iba poco a poco volviendo a cobrar su luz, decían que convalecía de su enfermedad, porque Pachacamac, que era el sustentador del Universo, le había dado salud y mandándole que no muriese, por que no pereciese el mundo”.

Todavía hoy, en algunas comunidades andinas, cuando ocurre un eclipse se Sol, se acude a los templos para encender unas velas y pedirle a Dios que no permita que el Sol apague su luz ni nada perturbe la paz de los pueblos.